lunes, 31 de marzo de 2014

en instantes detenidos...

Relato presentado al I Concurso de Cartas Breves "Me olvidé decir...", convocado por  letras con arte
 

Me olvidé decir, a quienes quise, que su amistad fue mucho más que charla y risa compartidas; más, incluso, que los reencuentros y despedidas que habitan en el erial ya arrasado de mi memoria.

No supieron, quienes me odiaron, que sus desprecios murieron en una oscuridad de luto, vestida de jirones de un tiempo tan fugaz y escaso como malgastado. Sin más. Sin nada. Sin nada más.

Si pudiese, diría a mis hijos que se atrevan a buscarse mañana en el espejo, aun a riesgo de encontrarme y reconocerse.

Recuerdo que olvidé decir, a quien amo, que algunos días olvidé decirle que la amaba.

Quise redactar un epitafio para explicar que ahora “Vivo en ese cielo multiplicado de quienes una o varias veces llegamos a importarnos...”, pero olvidé dejarlo por escrito y aclarar al marmolista que, odiando la muerte y el abandono, también odio las mayúsculas, las comillas y la letra en cursiva.


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jueves, 27 de febrero de 2014

¡hasta el techo!

Finalista del II Concurso Literario "Efecto Mariposa", convocado por la Coordinadora de ONG para el Desarrollo de la Comunidad Autónoma de La Rioja
Logroño, febrero de 2014


Lola era menuda. Más risueña que morena o al revés, según la ocasión. Morena, menuda y risueña. Cada tarde, a mi llegada, sus infantiles pasos se hacían carrera por un pasillo estrecho para, al fin, echarse en mis brazos y relatarme sus aventuras cotidianas. Unas veces contenta, otras callada, su mirada buceaba en mis ojos mientras me decía que ese día también se había acabado toda la comida del plato. Reclamaba así su premio, ese que inventé especialmente para ella. Entonces, yo la alzaba entre mis brazos y ella estiraba los suyos, hasta llegar a acariciar el techo con las manos. En ese momento, en el fugaz roce de sus yemas contra el yeso, Lola era inmensa y feliz. Lo era.

Su pequeña estatura la anclaba a un suelo que acostumbraba a ser uniforme, y el escaso metro de zócalo que quedaba a su alcance le resultaba aburrido por conocido. Las paredes del piso de acogida la asfixiaban a diario al oprimirla con su verticalidad. Lola no comprendía por qué vivían allí. No entendía por qué mamá se callaba tantas veces unas lágrimas que susurraban miedos al hablar, saladas, desde el vértice silencioso de una mirada triste.

Durante los escasos meses que pude compartir con ella traté de salvarla de un devenir previsible, impuesto por circunstancias adultas tan ajenas como angustiosas. Aleatorias como la vida, las incógnitas de su presente y su futuro no hacían esperar ningún resultado positivo. Lola era, sin saberlo, la parte más maltratada de la ecuación.

- Gracias, Olga. - dijo al encontrarnos, años más tarde, durante uno de tantos paseos. 
- ¿Gracias? ¿Por qué? -pregunté ignorando los motivos de tan extraño saludo. 
- Por nuestros techos. -contestó- Por todo. Por ayudarme a crecer al enseñarme a soñar.

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lunes, 13 de enero de 2014

supernova

Presentado al III Concurso de Microrrelatos Románticos ACEN, convocado por la Asociación Cultural de Escritores Noveles de Castellón (ACEN)
Publicado en el libro solidario "Cachitos de Amor III. 
  
Al indagarnos por dentro, desde el silencio de un universo mantenido sin palabras, respiramos esa calma cósmica que entre sombras nos besaba. Me diste luz. Me hiciste luz. Mi alma, siempre oscura y vacía, se llenó de la tuya. Privadas ya de sol y luna, nuestras distancias se redujeron hasta desenfocarnos. Descansando en tus ojos, reflejados, los míos te miraban...
  
http://acencs.org/publicaciones/microrrelatos-publicaciones/cachitos-de-amor-iii/ 

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noche sin musa

Presentado al II Concurso de Microrrelatos "Pluma, Tinta y Papel", convocado por Diversidad Literaria
Publicado en el libro "Pluma, tinta y papel II".
 
No miró atrás. No intentó borrar ese adiós pronunciado en rotundo tono de tinta azul. Se alejó caminando con pasos silábicos sobre una línea que se escapaba por el margen derecho del último folio. Perdiéndose, perdiéndome, perdiéndonos en dos horizontes recíprocos, las huellas de sus últimos pasos acabaron haciéndose puntos seguidos de finales suspensivos...



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lunes, 18 de noviembre de 2013

caminos gastados

Microrrelato presentado al VI Concurso de Relato Breve "Relatos con Zapatos" convocado por la Fundación Cajarioja
Arnedo (La Rioja) 2013



Supongo que nací sin zapatos. No conservo ninguna fotografía que pueda hacer pensar lo contrario. Mis primeras apariciones en el escenario de este mundo se produjeron, al parecer, calzando unos patucos de hilo de un blanco inmaculado. De eso sí que hay alguna imagen en ese álbum familiar que mis padres guardan en su casa.

Aunque he visto cientos de veces los retratos iniciales de mi niñez, sigo sin poder recordar qué vestían mis diminutos pies durante esos meses que los bebés pasan entre la cuna y los brazos de mamá y otras personas. Intuyo que no se necesita nada especialmente resistente para unos pies que aún no caminan. Así suele ser.

Y entonces llegaron a mi vida unos zapatos cedidos -no sin cierta desgana- por mi hermano mayor, en metáfora perfecta que me regalaba las patadas que probablemente él mismo me habría dado si dar patadas a un niño fuese política o fraternalmente correcto. Desconozco su particular opinión al respecto.

Poco antes de mi primer tropiezo llegó ese primer paso que papá no pudo inmortalizar en vídeo. No sé si fue por estar demasiado ocupado, o porque en aquellos años no existían cámaras de vídeo asequibles para una típica familia de la típica clase media. 

Vamos, lo típico. Te empeñas en dar todo lo que hay en ti, para por fin colocar tu cuerpo en vertical y lanzarte a la aventura de andar, y entre el público no hay siquiera unas manos que rompan en aplausos. Esas manos sólo llegan para levantarte de la alfombra tras los dos pasos y medio que estrenan tu nueva condición de caminante.

Por lo visto, y a juzgar por las palabras que verbalizaban un cariño materno seguramente nada objetivo, a partir de ese momento me convertí en la atracción del hogar. Cada una de mis caídas era acogida con ternura y esas habituales voces adultas distorsionadas por los ecos de una aún reciente paternidad: Veeeeeeengaaaaaaa, otro pasiiitoooooo...

Al año siguiente, cuando el tamaño del salón resultó ser inadecuado para colmar mis infantiles curiosidades, el pasillo pasó a ser mi pista de entrenamiento. Un pasillo largo, estrecho y amenazante, repleto de obstáculos en forma de macetas, perchero, paragüero o felpudo. En ocasiones, incluso, mi descalabrado trote era interrumpido por choques accidentales contra obstáculos móviles con cuerpo de hermano o disfrazados de madre atareada que salía de las habitaciones sin mirar. Todos me decían que dejase de correr, que en casa no se corre, que parase quieto... lo cierto es que nunca me apeteció obedecer sus órdenes ni sus censuras.

Poco a poco mi estilo de carrera doméstica se fue depurando, haciéndome merecedor de unas zapatillas deportivas nuevas. Sin estrenar. Sin trámite alguno de herencia. Sólo mías. Mías para mí. Tan mías como sus cordones grises, cuya exagerada longitud se convertía en un reto recurrente al inicio de cada día.

Fue mi madrina quien, con una especie de juego, me enseñó a anudar esos cordones. Doble lazada, todo un compendio del saber que, al principio, asombró a los demás niños del parvulario. Ellos -según tengo entendido- corrían menos que yo y sí que paraban quietos en sus casas; acaso sus pasillos fuesen largos y estrechos remansos de tranquilidad sin carreras de fondo.

Pronto el doble nudo se convirtió en la norma del recreo, y la novedad se fue diluyendo a medida que mis pies crecían y demandaban otras experiencias en nueva tierra que pisar. Y más nudos en más cordones.

Para intentar dormir por las noches, combatiendo la ausencia de calefacción en la casa del pueblo, mis pies solían abrigarse al calor de un fuego granate de lana. En su femenina paciencia, mi abuelita Tina tejía patucos para todos sus nietos. Yo la ayudaba al resucitar algunas prendas viejas en nuevos ovillos, y su peculiar forma de agradecer mi más que limitada colaboración consistía en regalarme esos pares de patucos rojos con mayor frecuencia que al resto de mis primos, siempre de la exacta medida de unos pies que añadían milímetros sumando hojas del calendario.

Al llegar la primera comunión descubrí lo desastrosamente horribles que pueden llegar a ser los mocasines negros en los pies de un niño. Por suerte para mí, las sucesivas comuniones que siguieron a la primera siempre caían en domingo, y así sólo uno de cada siete días mi indomable personalidad era conducida temporalmente al redil de los mocasines, los calcetines de hilo (mismo hilo blanco de aquellos pretéritos patucos), y unos pantalones cortos que nunca llegué a adivinar si lo eran por moda o como reflejo de una depauperada economía familiar.

Por extrañas paradojas de un destino caprichoso y bromista, esa misma semana llegó a mi vida un invento que desterraba al pasado los dobles nudos y cordones grises de mi más reciente historia personal. El cierre con velcro de unas zapatillas blancas fue el mejor antídoto contra ese tedioso negro de los zapatos de los domingos.

A una infancia de no parar le sobrevino un creciente sosiego de juventud. Madurez y cansancio a partes iguales, creo. Y, aunque de modo menos impulsivo que hasta entonces, continué caminando.

Comencé a disfrutar de pasos dados sin un destino previsto. Lentos paseos por las calles, o en plazas vacías de cualquier ciudad. Pasos improvisados que, al chocar contra el suelo, sonaban arrastrados o ágiles, según fuese el momento. Sobre todo, según fuese el ánimo y el ritmo del latir de mis propios pies.

Todavía hoy, sea por terapia o necesidad, suelo quitarme los zapatos para sentir en la piel las certezas vitales de textura y frío de adoquines. Caminar descalzo por una ciudad vacía me hace sentir a gusto conmigo mismo. Caminar descalzo por una ciudad llena de gente hace que te tomen por loco. En resumen, y por acercar posturas, camino descalzo conmigo mismo y con mis mismas locuras.

Cada paso dado, desconocedor de su real importancia, se suma a todos esos pasos ya consumidos que alguna vez me llevaron a lugares tan inciertos y remotos como deseados. Moviéndome en caminos frecuentemente equivocados, siempre existirán otros pasos que, al desandar mis errores, corrijan rumbos para prevenir reproches.

Tengo la no pretendida y extraordinaria suerte de recordar cuantos pares de zapatos o zapatillas han abrazado mis pies en los momentos más especiales. Zapatos que se ensuciaron durante una fiesta o la pisaron a ella al bailar. Zapatillas para conducirme a solas, mientras respiro calma de amaneceres. Botas de trabajo pisando bosque y riberas. De la niebla de otoño a los soles de agosto, mojados de lluvia y rocío, mis pasos indagan lunas en el reflejo acuoso del sur de mis ojos. Zapatos que, hechos de abandono, vagan barrios desolados en la incierta búsqueda de paraísos plurales.

Llegado a casa, unos pies cansados deambulan rendidos. Caen gotas de tarde sobre la alfombra hasta inundar de noche todos los rincones, ya casi llenos de oscuridad y vacío. Y las horas se desgastan entre ruinas de presente.
Vendrán futuros. Quedan vidas por venir. Vendrán, para fabricar mis anhelos, esos días sin curtir que todavía hoy no existen. Sucesivos pares aún por estrenar. Caminos multiplicados en los que aleatorias huellas, hechas de suelo, sonarán canciones improvisadas en partituras de asfalto.

El mar que me sostiene, ese mismo que me ahoga, susurra al alma palabras de arena y latidos de sal que van muriendo en la orilla. De todas las playas recorridas -pienso- siempre la mejor es la siguiente, esa que aún está por descubrir. Sueño que duermo. Enterradme descalzo. Quiero caminar, desnudo, cada recuerdo de mis varios cielos...

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lunes, 21 de octubre de 2013

negro antracita

Microrrelato presentado al X Concurso de Relatos Mineros Manuel Nevado Madrid convocado por la Fundación Juan Muñiz Zapico

No por tendencia. No por un impuesto y obligado luto. Su pena se viste, externamente, de ese mismo color que tiñe el interior de su alma. Cubierta de lana o seda, su existencia se hace negra en instantes que día a día se multiplican.

Por ausencia. Por el extremo dolor de las palabras, los amores y las sonrisas que el frío y negrura de la noche le arrebataron para siempre. Por los casi veinte otoños que no llegaron a ser invierno. Su tiempo de él, murió demasiado pronto por la tarde. Su tiempo de ella, se detuvo apenas iniciado. Sus tiempos, compartidos, murieron al detenerse.

El dolor se vuelve agreste en las estancias de una casa a menudo vacía y silenciosa; llena del silencioso vacío que la asfixia. Sólo un llanto repetido puede hacer aún más cruel la joven soledad de un corazón que envejeció de repente. Cruel soledad de saberse viva al vivir de recuerdos. Saber que muere, subyugada, bajo el inapelable peso de pretéritos besos que dejaron de entregarse.

Negro es su odio. Negros sus rencores. Reproches negros hacia un destino ingrato y traidor. Sus noches, negras. Tan negras como la tinta de estos párrafos. Oscuras voces desgarran esos labios apretados, horizontales, amordazados e incapaces de pronunciar, desde entonces, las cuatro sílabas que esculpieron el epitafio de sus días: “Pozo Candín”.

Yermos, sus días se anudan con los siguientes días. Angustia que asesina, a diario, todas las ficciones de desear futuros. Su pasado se estrecha como galerías de un infierno hecho de escombros y olvido. Excavada en la tierra fértil de sus anhelos, en el peligroso frente de una guerra hiriente que duele aún más a quien sobrevivió, su trinchera y su presente se derrumban en colapso de sueños apagados; ya sin luz.

Sobre el cristal de sus ojos sus lágrimas anotan las cifras repetidas del haber de las ausencias, ajustando cuentas con la vida al sumar injustas decepciones que se acumulan.

Cada nuevo día, a cada final de cada tarde, mientras prepara la cena, su cuerpo tiembla y su mirada arrasada se pierde y fluye en huída acuosa de miradas sin brillo. Mamá llora.

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martes, 27 de agosto de 2013

apuntes de nuestras VIDA


....prismas de otoño germinan azares;
cinceles de sombra escriben nuestras VIDA.

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microtextos II

Contando los años....

En mis mapas del tiempo
se dibujan tus horas....

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sábado, 6 de julio de 2013

microtextos I

Por ir concluyendo....

- Y, al final, ¿en qué acabó el tema?
- Pues nada.... al final, TODO.

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