No
por tendencia. No por un impuesto y obligado luto. Su pena se viste,
externamente, de ese mismo color que tiñe el interior de su alma.
Cubierta de lana o seda, su existencia se hace negra en instantes que
día a día se multiplican.
Por
ausencia. Por el extremo dolor de las palabras, los amores y las
sonrisas que el frío y negrura de la noche le arrebataron para
siempre. Por los casi veinte otoños que no llegaron a ser invierno.
Su tiempo de él, murió demasiado pronto por la tarde. Su tiempo de
ella, se detuvo apenas iniciado. Sus tiempos, compartidos, murieron
al detenerse.
El
dolor se vuelve agreste en las estancias de una casa a menudo vacía
y silenciosa; llena del silencioso vacío que la asfixia. Sólo un
llanto repetido puede hacer aún más cruel la joven soledad de un
corazón que envejeció de repente. Cruel soledad de saberse viva al
vivir de recuerdos. Saber que muere, subyugada, bajo el inapelable
peso de pretéritos besos que dejaron de entregarse.
Negro
es su odio. Negros sus rencores. Reproches negros hacia un destino
ingrato y traidor. Sus noches, negras. Tan negras como la tinta de
estos párrafos. Oscuras voces desgarran esos labios apretados,
horizontales, amordazados e incapaces de pronunciar, desde entonces,
las cuatro sílabas que esculpieron el epitafio de sus días: “Pozo
Candín”.
Yermos,
sus días se anudan con los siguientes días. Angustia que asesina, a
diario, todas las ficciones de desear futuros. Su pasado se estrecha
como galerías de un infierno hecho de escombros y olvido. Excavada
en la tierra fértil de sus anhelos, en el peligroso frente de una
guerra hiriente que duele aún más a quien sobrevivió, su trinchera
y su presente se derrumban en colapso de sueños apagados; ya sin
luz.
Sobre
el cristal de sus ojos sus lágrimas anotan las cifras repetidas del
haber de las ausencias, ajustando cuentas con la vida al sumar
injustas decepciones que se acumulan.
Cada
nuevo día, a cada final de cada tarde, mientras prepara la cena, su
cuerpo tiembla y su mirada arrasada se pierde y fluye en huída
acuosa de miradas sin brillo. Mamá llora.
"negro antracita" por lisardo díez llamazares se encuentra bajo