lunes, 21 de octubre de 2013

negro antracita

Microrrelato presentado al X Concurso de Relatos Mineros Manuel Nevado Madrid convocado por la Fundación Juan Muñiz Zapico

No por tendencia. No por un impuesto y obligado luto. Su pena se viste, externamente, de ese mismo color que tiñe el interior de su alma. Cubierta de lana o seda, su existencia se hace negra en instantes que día a día se multiplican.

Por ausencia. Por el extremo dolor de las palabras, los amores y las sonrisas que el frío y negrura de la noche le arrebataron para siempre. Por los casi veinte otoños que no llegaron a ser invierno. Su tiempo de él, murió demasiado pronto por la tarde. Su tiempo de ella, se detuvo apenas iniciado. Sus tiempos, compartidos, murieron al detenerse.

El dolor se vuelve agreste en las estancias de una casa a menudo vacía y silenciosa; llena del silencioso vacío que la asfixia. Sólo un llanto repetido puede hacer aún más cruel la joven soledad de un corazón que envejeció de repente. Cruel soledad de saberse viva al vivir de recuerdos. Saber que muere, subyugada, bajo el inapelable peso de pretéritos besos que dejaron de entregarse.

Negro es su odio. Negros sus rencores. Reproches negros hacia un destino ingrato y traidor. Sus noches, negras. Tan negras como la tinta de estos párrafos. Oscuras voces desgarran esos labios apretados, horizontales, amordazados e incapaces de pronunciar, desde entonces, las cuatro sílabas que esculpieron el epitafio de sus días: “Pozo Candín”.

Yermos, sus días se anudan con los siguientes días. Angustia que asesina, a diario, todas las ficciones de desear futuros. Su pasado se estrecha como galerías de un infierno hecho de escombros y olvido. Excavada en la tierra fértil de sus anhelos, en el peligroso frente de una guerra hiriente que duele aún más a quien sobrevivió, su trinchera y su presente se derrumban en colapso de sueños apagados; ya sin luz.

Sobre el cristal de sus ojos sus lágrimas anotan las cifras repetidas del haber de las ausencias, ajustando cuentas con la vida al sumar injustas decepciones que se acumulan.

Cada nuevo día, a cada final de cada tarde, mientras prepara la cena, su cuerpo tiembla y su mirada arrasada se pierde y fluye en huída acuosa de miradas sin brillo. Mamá llora.

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