vuela vida

Primer premio en el I Concurso de Minirrelatos Ambientales (2012), convocado por la Asociación de Ambientólogos de La Rioja


Alzo el vuelo.

Ante mí se abre el valle con un ejército de chopos que, aún desnudos, asoman sus lanzas grises sobre un campo de batalla pavimentado de niebla.
 
En el horizonte, las peñas de Matute y Tobía; fortalezas de roca asediadas en su falda por robles centenarios. Y vuelo. Batir de alas en el frío de una mañana ya sin viento. Hacia el sur, las encinas de Anguiano brindan sus copas oscuras al sol. Me acerco al Najerilla y bebo apenas unas gotas de su rumor de nieve y lluvia.

Un abrigo de hielo, tejido de escarcha, viste las riberas. Caparrones en hilera organizan paisajes paralelos de verde. Avanzada la mañana, la vida acelera su pulso mientras los latidos se traducen en un creciente bullicio. Crujir de ramas; fluir del agua; aleteos varios. Buitres que, desde su altura, otean a la urraca que se sirve en un suelo que es hoy mantel sin mesa.
 
Me muevo. Paro. Sigo. Vuelo.
 
Ya notando el cansancio por mi frenético deambular, decido regresar sobre espinos y nogales. Llegando a Pedroso, me despido del hayedo que saluda a mi paso con sus yemas rojas. Desciendo al valle, hasta las torres de conglomerado que anuncian la proximidad de mi destino. Llego a casa.

Sobre la pared de la colmena regalo danza a mis compañeras. Les hablo de néctar y polen, de paisajes y sensaciones. Inquietas, decididas, una a una, el resto de las
abejas van alzando sus particulares vuelos; van viviendo sus particulares vidas.



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