25 de abril de 2004 ¿o era 24?

(Producto de un café leonés tomado en compañía de T.S. frente a los Cines Van Gogh.)


Puede parecer absurdo el hecho de estar escribiendo esto a la una de la mañana, cuando ya hace una hora que me había acostado.

Hay noches en que no consigo dormir; hay otras, como la de hoy, en que necesito hacer ciertas cosas para poder dormir. Como escribir un par de folios sobre algunas impresiones del día. Como dedicar un rato a poner por escrito lo mucho que un desconocido me ha hecho pensar durante toda la tarde y parte de la noche.

Esta tarde, un señor al que nunca antes había visto se ha acercado a la mesa de la terraza en la que me tomaba uno de tantos cafés y me ha preguntado por una calle. Le he dicho dónde quedaba la calle, pero luego ha decidido no ir, y me (nos) ha contado que a sus 89 años está bien, pero que la cabeza ya no le responde como antes; nos (me) ha hablado sobre cosas privadas de su vida, y sobre la muerte de la que fue su vida (…).

Ahora ya sé por qué no quiso ir a esa calle, a hacer esa visita de la que hablaba. Ahora ya sé que al ir a esa calle se iba a sentir más solo, sin ella, sin Carmen, sin esa mujer a la que descubrió una mañana, fría, sobre la almohada, a su lado, sin tiempo (después de tanto tiempo) para despedirse…

Ahora puedo suponer que Carmen era quien, con una sonrisa, le abotonaba los cuellos de la camisa y, porque ya no está, hoy los llevaba desabotonados…

Ahora imagino que tendrá incluso nietos, pero todo le da igual porque su Carmen ya no está para mirarlos juntos…

Ahora me gustaría pensar que no le ha contado a nadie que esta tarde se detuvo un rato a hablar con un chico y una chica que tomaban un café. Seguramente, a quien se lo pueda contar no le importa una mierda…

Me duele no saber su nombre, aunque puede ser cualquier persona; podemos, de algún modo, ser cada uno de nosotros dentro de muchos años.

Él pensaba que molestaba (lo dijo varias veces). Lo que no sabe es que hizo que el día de hoy fuese sustancialmente distinto… que sus palabras harán que a lo largo del resto de mi vida recuerde, de vez en cuando, ese momento, esas palabras resentidas contra la vida que te roba lo que más quieres.

Tenía que ir a la calle “24 de abril”, y hoy ya era día 25. Tal vez llegaba tarde y por eso le daba igual. Llegaba solo y por eso nada le importaba.

Y porque ese amor de su vida ya no le espera en casa, por desgracia, le sobra tiempo para detenerse a hablar con dos desconocidos. Porque tiene tiempo y cosas que contar.

Ojalá viese en mis ojos que sí me importaba lo que decía; ojalá advirtiese que admiro a quien ama de ese modo…

Le deseo lo mejor, Señor Desconocido.

Mientras viva.

Y cuando muera.


 
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